Regresé a la casa de la montaña. Quería ver la tormenta desde mi ventana.
La lluvia golpeaba los cristales como queriendo lavar mi cara.
Los árboles mecidos por el viento se divisaban muy frágiles al doblar sus ramas.
Era la misma tormenta de hacia años. Estaba allí y me miraba como queriendo mojar mi cara. La veía al iluminarme con sus rayos, como retándome a tocarla.
Cegaba mis ojos. Vencí su furia al mirarla. Era la misma de siempre que me esperaba.
Seguía las huellas de mi infancia. Yo esta allí, me aterraba.
Sentía su olor. Mientras se agitaba me vencía.
Sus rayos se dibujaban como dragones retorcidos en las laderas de las montañas.
Era la misma tormenta que me esperaba rebotando contra mi infancia.
Y… yo estaba allí.
Sólo son cosas mías…
La lluvia golpeaba los cristales como queriendo lavar mi cara.
Los árboles mecidos por el viento se divisaban muy frágiles al doblar sus ramas.
Era la misma tormenta de hacia años. Estaba allí y me miraba como queriendo mojar mi cara. La veía al iluminarme con sus rayos, como retándome a tocarla.
Cegaba mis ojos. Vencí su furia al mirarla. Era la misma de siempre que me esperaba.
Seguía las huellas de mi infancia. Yo esta allí, me aterraba.
Sentía su olor. Mientras se agitaba me vencía.
Sus rayos se dibujaban como dragones retorcidos en las laderas de las montañas.
Era la misma tormenta que me esperaba rebotando contra mi infancia.
Y… yo estaba allí.
Sólo son cosas mías…
5 comentarios:
Es un reto para imitar..
Excelente
Un abrazo
Saludos fraternos...
Seguro que en tu casa de la montaña, con el valle al fondo, almacenarás muchos recuerdos de la niñez, la adolescencia e incluso de tu madurez. Unas veces con sol, otras con tormenta, siempre se crea un ambiente propicio para esa inspiracion que tienes y que sabes demostrar con tus escritos.
Bicos
De niños, las tormentas se convierten en fantasmas que nos asustan. De mayores, vemos nuestros fantasmas aparecerse en las tormentas. Besos, guapa, que no te olvido.
Pienso como Isabel. Conjuramos lo que deseamos.
Cuando quieras, la tormenta se va. Vuelve la calma.
Mi muy querida amiga: ¡Te he abandonado tanto tiempo! Pero es un placer volver a encontrarte... te quiero mucho.
De niña, las tormentas me fascinaban y no les temía. También en la adolescencia. En la madurez un rayo golpeó mi casa... Ahora les temo, aunque aún pienso que son hermosas. Un fuerte abrazo.
Alichín
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