Aquí paro mí tiempo de palabras,
donde dejé mi sangre.
Al no poder atravesar esta ventana
cierro los brazos.
Colgada de un beso, soy feliz,
porque no cambió nada.
Porque el amor es mujer
y da tregua.
Me voy de puntillas
recordando aquel día
en que sepultamos las rosas
desperdiciando semillas
en tierra infértil.
¡Que inútiles fueron mis pechos tibios!
bajo aquel árbol ardiente
Detengo aquel
atadercer,
para no
morir de tristeza
por la flor que se marchita.
Al tocar la muerte con los dedos
aprendo a mirarme a mi misma
y lo que me rodea.
a vivir el pasado, aprender,
añorando aquel sitio,
del brazo de un hombre
con su palabra en la mano
por el sendero amarillo.
Y sigo adelante mientras
sentada en la piedra
veo correr el rió,
y caer la tarde.
Sólo son cosas mías
2 comentarios:
Me ha llamado poderosamente la atención el título; el texto vuelve a lo mismo y me pregunto, ¿no es amor el hombre? ¿No hay amor en él?
Un abrazo.
Francisco: No tengo respuesta. Seria abrir mi alama al completo la respuesta y...no puedo.
Un biquiño!
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